CONVOCATORIA

Este blog pretende reunir un trabajo colectivo de escritores convocados a través de nuevas tecnologías como Facebook y Twitter.
Las Historias Rosas de Alcoba son narraciones románticas con un tinte erótico que se pretenden entrelazar en una sola historia. Si te interesa unirte a este proyecto envía tu historia a ruletaurbana@gmail.com.
Bases:
Letra Arial 12
Doble espacio
Máximo 12 cuartillas

martes, 12 de enero de 2010

Por Paola Altamirano

Me percaté de su presencia por el olor hediondo que el viento hizo llegar hasta mi, hice esfuerzos para que después de la arcada no viniera el vómito; lo que no pude detener fue una maldición hacía el desgraciado hombre que sentado en la acera se embuchaba una torta “ahoga-perros”. No era la primera vez que lo veía, como parte del panorama citadino, sin embargo esa mañana su figura me golpeó en el alma tanto como su hedor en el estómago; fue como reparar de pronto en un detalle del cuadro que cuelga en mi propia estancia. Ahí estaba yo, sentada en la parada de autobuses conteniendo la repulsión que me causaba ese ser humano, cuando de pronto en un segundo se paró frente a mi con un tubo de plástico duro y me propinó un golpe directo a la cara que no llegó a su destino gracias a mis reflejos que me hicieron detenerlo a escasos centímetros de mi nariz, con una firmeza e imperturbabilidad que me sorprendieron tanto a mí como a los transeúntes que pasaron en ese momento sin detener su paso. Al tenerlo a esa distancia, conteniendo el aliento lo más que podía, pude observarlo bien: un metro y setenta y cinco, quizás ochenta, de estatura, su rostro, cuya piel estaba cubierta por una larga y tupida barba negra no reflejaba más de treinta y cinco años, vestía un pantalón hecho jirones y ennegrecido por una costra de mugre, al igual que una chamarra tipo militar, como sus zapatos, los cuales llevaba puestos sin agujetas, sobre los pies desnudos y mugrientos; su pelo parecía caerse a pedazos, la parte superior izquierda de la cabeza estaba totalmente carente de pelo, el cual pendía hecho una sola rasta desde arriba de la oreja hasta el hombro; su mirada, la más perdida y loca que yo había visto hasta ese momento, pareció salir de su infierno por un momento para clavarse en la mía, sentí como se erizaba cada vello de mi cuerpo, no pude soportar más; el olor, después de la descarga de adrenalina, se había vuelto a hacer presente, le di un fuerte empujón y subí al autobús, que convenientemente llegaba en ese momento, alejándome de ese sub-mundo que descubrí esa mañana.
COntinua...

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