Ella le suplicó que no se detuviera. Con verdadera veneración, Vladimir la fue masajeando desde los hombros hasta cruzar con esmero hacia la espalda y siguiendo un camino descendente por la columna, llegó a la exquisita redondez de sus caderas para moldearlas como si fuera un orfebre tallando una obra de arte.
Tan pronto lo recibió con las piernas abiertas, sus labios se rozaron antes de pronunciar las palabras que encenderían en ambos un caudal de sensaciones. –Espera un segundo mi vida, vamos al balcón– le dijo Lilí repentinamente, cubriéndose con la sábana.
Continua...
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