CONVOCATORIA

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Las Historias Rosas de Alcoba son narraciones románticas con un tinte erótico que se pretenden entrelazar en una sola historia. Si te interesa unirte a este proyecto envía tu historia a ruletaurbana@gmail.com.
Bases:
Letra Arial 12
Doble espacio
Máximo 12 cuartillas

lunes, 8 de febrero de 2010

Por: Erika Raider

‘De esperanza no tenia más que el nombre…’

Ella realmente creía en el amor verdadero, en los hombres que vestían una flor en la solapa cada vez que visitaban a su amada y en la mano derecha un ramo de crisantemos. La idea de enamorarse de un hombre con el cual compartir el resto de su vida era en lo que pensaba durante las muchas veces que le tocaba un mal y poco apasionado cliente entre las piernas. Mientras sentía cómo él llegaba al orgasmo, ella solía pensar en las cuentas pendientes, en que hace mucho no le hablaba a su mamá, en cuánto aborrecía su trabajo, y de ahí su mente siempre brincaba a pensar que su vida no sería así por siempre, no señor, eso lo tenía muy en claro, no iba a pasar mucho tiempo viviendo de lo que la vida galante le dejaba, no, ella debía encontrar al amor de su vida y de sus días, no sólo de su sexo y esperaba con paciencia a que llegara a su vida, ese dichoso caballero.

Otras veces que el hombre en turno sí resultaba ser bueno en eso del fornicio, justo después de sentir su propio orgasmo llenar de lucecitas su visión, comenzaba a pensar que tal vez ese cliente podría ser la representación del amor que tanto anhelaba. Luego terminaban, ocasionalmente le daban un beso, el cual ella recibía con ilusión, subían su ziper, y le daban el pago de tan necesario servicio.

Esa noche no tenía nada de particular, no hacía frío, tampoco calor, llevaba buen ritmo, unos dos clientes más y ya llegaría a su cuota, después todo el dinero que recabara (o recogiera) de los siguientes clientes sería sólo para ella. Se aproximó un carro nuevo, ella subió, fijaron el precio, y él se le acercó, comenzó a desnudarla, mientras le ordenaba que ella lo desnudara también, unas cuantas caricias para subir la temperatura de ambos, luego penetrarla y listo, estaban teniendo sexo. Lo usual para ella, no muy cachondo, pero tampoco pésimo, “entretenido” sería su definición. Al final se vieron brevemente a los ojos, él desvío su mirada al sonrojarse, abrió su cartera para sacar el dinero, extendió su mano hacia ella y mirándola le dijo un “gracias” como nunca lo había oído de ningún cliente: sin sorna, sin desprecio, sin ese toque de mamonería que tantas veces había escuchado en su oficio, no, este “gracias” era distinto: era honesto, transparente, dejaba ver a un hombre decente que en realidad la apreciaba y le agradecía casi con ternura por su amor comprado. Sonrió y ella le regaló un beso en la mejilla.

Había ocurrido, apareció el amor de su vida. Listo, la vida para ella tenía sentido, encontró el amor, ya no tenía que ser prostituta, lo había logrado.

Esperó muchas noches más y él no regresó, pero siempre llegaba a su esquina con la esperanza de que esa noche marcara el segundo encuentro en sus vidas.

Pasó algún tiempo y se juntó con un hombre que respetaba su trabajo, tanto que no le prohibió continuar con él, es más, hasta vivió de la prostitución de ella. No se quejaba, era feliz, lo suficiente para querer continuar con vida, era feliz ahora que comprendió que no es lo mismo el amor de tu vida, al hombre de tu vida. Dichosa se sentía por haber vivido el primero, por más breve que fuera, mientras se conformaba con lo segundo.

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